Todo comenzó un día común, el aire movía los árboles y hacia que las hojas cayeran, anunciando el otoño.
- ¡Mira amor!- dijo sonriendo mientras me enseñaba su silueta que había echo en el suelo con las hojas.
Yo sonreía, la veía, enamorado, como sólo se ve a esa persona que amas, así la veía.
Las nubes, blancas como el algodón, combinaban perfectamente con un cielo azul que se empezaba a enrojecer. La tarde cada vez iba haciéndose mas vieja para dar paso a una noche llena de estrellas, una noche nueva, la noche más linda que había visto en mi vida.
Con un clima agradable, con hojas que servían como colchón en el suelo, me acosté, ella, con paso decidido se acercó a mí, se puso de rodillas, respiró y dijo:
- Nunca me había imaginado un día así, hemos pasado todo, hemos viajado, Paris, Londres, Chinda; pero gracias por éste día, ha sido el más maravilloso de todos. TE AMO.
Volví a sonreírle, mis ojos cada segundo se llenaban de lágrimas, las estrellas nos alumbraban, como si fueran luces en una gran ciudad.
Ella, feliz, caminaba a mi alrededor, buscaba hacerme sonreír. Su extremadamente hermoso aspecto hacía que me enamorara aún más. Con esa blusa blanca, la blusa que había utilizado cuando la conocí, la blusa que había constatado nuestra primera vez. Una blusa que significaba mucho en nosotros. Un pantalón negro de mezclilla, y su lindo tenis azules. Su cabello estaba perfectamente cuidado, como siempre lo tenía; no le importaba lo que estaba pasando, ella se sentía feliz, corriendo como una niña de 6 años, haciéndome respirar para afrontar mejor la vida.
No había nadie, sólo ella y yo en una pequeña pradera a las afueras de la gran ciudad, esa gran ciudad en la que nos habíamos conocido, en la cual habíamos ido al cine, a tomar un café por las mañanas, aquellos ricos helados en verano, ella de fresa y yo de chocolate. Esa ciudad que vió nuestro primer pleito y que nos ayudó, 10 minutos después a resolver el conflicto con lágrimas en los ojos de los dos.
Se acercó, una vez más, se puso de rodillas y me dio un beso en el cachete.
-¡mírame!- dijo- todas las pruebas se ponen para pasarlas, no para llorar por lo que se gana o se pierde.- me dio un beso en la frente, sonrió y me dijo:- ¿me amas?-
Yo estaba totalmente confundido por esa pregunta. ¿Por qué en ese momento?¿Por qué en ese lugar?¿Por qué esa pregunta? La miré a los ojos, ella parecía que estaba confundida porque no le respondía, pero inmediatamente sonrió después de que la besé. Un dulce beso, con un bello paisaje como fondo, con la brisa que lo hacía más romántico, con todo el amor del que puede ser capaz de dar una persona…
Como aquel primer beso, cuando estábamos acostados en ese preciso lugar en un soleado día de verano. Ella, con los ojos tapados con mi suéter, acostada. Me acerqué lentamente, en unos cuantos segundos mis labios estaban enfrente de los suyos, no sabía qué hacer, mi corazón latía fuertemente, mis sentimientos mandaron. Pasó el beso más tierno del cual tenía memoria hasta ese momento, todo el universo se detuvo…
Así había sido ésta vez, éste beso era el inicio otra vez, el inicio de una nueva vida.
El tiempo había transcurrido rápidamente, era casi media noche, estaba sumergido en mis pensamientos mirando el cielo, mientras ella, el amor de mi vida y la persona con la que el destino y el amor me habían indicado estar, dormía.
Las estrellas cada vez alumbraban más, el frío poco a poco iba en aumento así que, con un movimiento audaz me dirigí a ese lindo coche que nos había llevado dentro de él como un cisne que leva a dos enamorados.
En él habíamos conocido el mundo, a pesar de ser un coche sencillo era fiel, como esos amigos de la preparatoria. Nos había llevado a distintos aeropuertos para iniciar una vida de aventuras, una vida de ensueño.
Tomé una cobija y al verla brotaron lágrimas de mis ojos de una manera increíble. La cobija azul que tenía bordado nuestro nombre y que hacía mucho tiempo me la había regalado de cumpleaños. Una parte importante en nuestra vida ya que la teníamos desde que comenzamos ésta vida juntos, como novios, y ahora como algo más.
Cuando regresé ella estaba sentada, despierta, pero sin perder ese toque encantador que le caracterizaba, con esa sonrisa que sólo se había apagado una vez 2 años atrás, pero que desde entonces era mi energía en la vida, en los problemas…
- Sigues preocupado ¿verdad?- preguntó mirándome a los ojos.
Yo no sabía que decir, las palabras andaban sueltas en mi mente y ahora era el momento menos indicado para tratar de ordenarlos.
- Mira, a veces la vida nos pone retos para superarlos y aprender, no para quedarnos hundidos, yo se que vamos a pasarlo juntos, porque nos amamos, porque queremos estar juntos y porque el amor destruye cualquier obstáculo, juntos lo hemos comprobado- tomó mi mano y me dijo- ¡Bésame!!Bésame! como nunca antes lo has hecho, ¡Bésame y olvídate de todo!-
Los besos que nos dimos fueron besos de esperanza, besos de resurrección. Pusimos la cobija en el suelo, sin despegarnos, el uno del otro como un solo ser, su blusa iba bajándose cada vez más, era impresionante el amor que radiaba en nuestro cuerpo en ese momento.
Pasó el tiempo y nos dimos cuenta de algo mágico que había pasado, habíamos hecho el amor de una manera impresionante, como la primera vez, nerviosos, felices, temblando sin saber si habían sido por el frío o por los nervios, a la luz de un cielo lleno de estrellas, lo más lindo que había sentido. Pero desde ese momento hasta hoy sólo ha pasado por amor, por el sentimiento más lindo que existe en el universo.
Ahora me sentía más tranquilo, sabía que no iba a ser fácil pero que tampoco sería imposible vivir bien, ahora estaba seguro que con el amor que nos teníamos íbamos a salir adelante, sabía que no estábamos solos.
Ahora nada de tristeza reinará en nosotros, el dinero de nuestros ahorros que perdimos en esa gran estafa lo podremos recuperar…y ahora, darle la mejor energía y los mejores cuidados a ella, el amor de mi vida, que pronto será mamá.
Isaac Enrique Hernández Vázquez.